Ciudadanía y compromiso de fe
Por Oscar Oudri (*)
En sus comienzos, el término ciudadano se refería a los habitantes intramuros de una ciudad. Desde el secundario recordaremos, unos con más, otros con menos alegría, las clases de historia donde se nos describía a los ciudadanos romanos o atenienses reunidos en una especie de Palacio Legislativo pronunciando discursos sobre diferentes pensamientos filosóficos. En Hechos 17, se narra como Pablo fue a el Aerópago, un lugar especial en Atenas a predicar el evangelio.
El correr de los siglos y el devenir histórico hizo que esas murallas desaparecieran, murallas que eran un límite preciso entre ciudad-campo y para algunos también entre civilización-barbarie, seguridad-inseguridad, etc. Es así, que de a poco el término ciudadano y ciudadana ya no fue la definición de dónde una persona se domiciliaba, sino fundamentalmente la pertenencia a una sociedad, una región, un pueblo, una nación, que también esta fue adquiriendo símbolos, nombres que la identificaran y que identificaran los que en ella viven.
Actualmente se está dando, en algunas regiones, un paso más: la ciudadanía regional, continental.
¿Qué significa hoy ser un ciudadano?
Desde una perspectiva neoliberal ser ciudadano y ciudadana es tener derecho a poseer aquello que otros poseen. Hoy no es sólo estar al amparo del estado en que el sujeto nació y tener dentro de él derechos políticos, civiles y sociales. La ciudadanía se refiere a las “prácticas sociales y culturales que dan sentido de pertenencia” (García Canclini). Y lo que da sentido de pertenencia, es la posibilidad de tener acceso a lo mismo que tiene el grupo de referencia, tanto en materia de bienes cuanto de servicios.
La posesión de los bienes se da a través del consumo. Estos bienes pueden estar disponibles en cualquier parte y ser consumidos de diferentes maneras. El simple hecho de su existencia transforma a los productos en potencialmente consumibles y da a todos el derecho legítimo de aspirar a tenerlos, ya que fueron producidos, en mayor o menor medida, con el esfuerzo de toda la sociedad.
La globalización de la cultura lleva a la exigencia del derecho al consumo por parte de las personas. El hombre de hoy es un cosmopolita que exige movilidad social o simulada. Esto quiere decir que si no tiene una movilidad social real, puede sentirse bien accediendo a los lugares de consumo, como shopping center´s o supermercados, aunque sea sólo para compras pequeñas, o para pasear y consumir las vidrieras.
Este mismo cosmopolitismo lleva a que el concepto de ciudadanía, que antes estaba referido a un derecho de participar de las decisiones en la esfera de la política, pase hoy por la esfera de lo civil, con un énfasis en los derechos del consumidor….” (El modelo de relación laboral de la tercera ola, José Pedro Barrán)
Y el dinero permite consumo, “y es por las posibilidades de consumo que la persona se siente o no un ciudadano”, como dice la Dra. Margarita Barreto, Doctorada en la Facultad de Educación, Departamento de Ciencias Sociales Aplicadas, Universidad Estadual de Campinas.
Todo el proceso que vivimos durante los últimos decenios del siglo pasado y el inicio del presente, llevó, poco a poco, a valorar las personas no por lo que son como tales, con virtudes y defectos, con deberes y derechos, etc. sino por la capacidad de consumo, por lo que logra obtener materialmente, y todo aquel, que, por las características del mercado, no logra una actividad que le permita acceder a esos bienes y servicios queda excluido del sistema.
Al tener las posibilidades de consumo tan recortadas, limitadas el individuo no se siente parte de esa sociedad. Por eso es que hoy democracia significa amplias libertades, pero no necesariamente amplia participación de todos los ciudadanos en la construcción de una sociedad más justa, más fraterna, más humana. Generalmente, nuestras democracias, son delegativas más que participativas (delegamos en las personas que elegimos el poder de decisión, no participamos en la discusión de los grandes temas nacionales más que como observadores).
Una cosa a resaltar del sistema neoliberal, es que se presenta tan convincentemente, que parece que no hubiera alternativas a él. Se muestra como algo inexorable, que se impone a nivel planetario, imposible resistirse a él, te incorporás a todos sus condicionamientos, o “la quedás” como se dice popularmente.
Desde una perspectiva psico-social.
La psicología social define a la persona como un “sujeto de necesidad”, es decir que lo que lo moviliza, lo empuja a distintas realizaciones son sus necesidades, siendo estas tanto de orden material como espiritual. A través de sus actividades busca satisfacer esas necesidades.
Este sujeto es a su vez producido y productor. Producido en el sentido que es el resultado de un vínculo entre dos personas, que conjuga o no un grupo familiar que lo va conformando, incidiendo de distinta manera en su forma de ser, de pensar, de comunicarse, de vincularse, de sentir. También productor en el sentido que incide en el medio que vive, desde el momento que se integra a un grupo, aunque no haga nada, incide en él, ese grupo ya no es el mismo.
Por otro lado, también puede conformarse con el correr del tiempo, una situación de enfermedad o no del sujeto respecto al grupo. En el caso de la psicología social el grado de salud o enfermedad en estos vínculos está dado por lo que define como adaptación activa a la realidad (salud mental), o adaptación pasiva a la realidad (enfermedad mental).
¿Cómo construimos ciudadanía desde esta perspectiva? Parece obvio, pero logrando que los ciudadanos sintamos el deseo y la necesidad de participar, para así, activamente, incidir sobre aquellos aspectos de la realidad que nos son adversos.
A la inversa, la baja participación de la ciudadanía en diversos ámbitos, puede tener que ver con que sienta que su participación no tiene ninguna incidencia sobre la realidad en la que está inmersa, ó un sentimiento de resignación, ligado a que es su destino, al cual nada ni nadie lo cambia, al que debe someterse pasivamente.
Pienso que no hay más que revisar la historia de la humanidad de los últimos años, y ver como, este modelo se fue imponiendo, como algo inevitable, como un designio divino, porque se ha transformado para algunos en una religión, donde el dios mercado, consumo, poder, subyuga al ser humano, lo esclaviza, contrariamente al Dios que los cristianos profesamos que nos libera por el Amor, al prójimo, a la Creación toda, un Dios que a través de su Hijo Jesucristo nos muestra cuál es la senda en la deberíamos transitar toda la humanidad, para lograr un mundo donde la verdad y la justicia reinen.
También entiendo importante analizar tomando algunos elementos de psiquiatría y psicología que nos ayudan algunas veces a entender el comportamiento humano, que luego impacta en lo grupal.
Para ello creo imprescindible referirme brevemente a la noción de tarea, que desde la psicología social procuramos sea una herramienta para accionar frente a una patología, a una dificultad que presenta un grupo. Trataremos de establecer tres momentos que abarcan esta noción: la pretarea, la tarea y el proyecto. Estos momentos aparecen en juego constante frente a cada situación o tarea que signifiquen cambios, modificaciones en el sujeto.
En la pretarea se ubican todas las técnicas que desplegamos como resistencia al cambio, con un gran aumento de las ansiedades de pérdida (de lo que somos, lo que logramos, lo conocido), y ataque (lo nuevo, lo desconocido nos “ataca”), momento que son característicos de la posición esquizoparanoide (M. Klein), o instrumental (P. Riviére).
Hay una disociación entre el pensar, el actuar y el sentir, esto no permite al sujeto apropiarse de la realidad. (neurosis, psicosis, perversiones, etc.), sus fantasías, su mundo interno tienden más a imaginar la realidad que a vivirla (“mirá aquel cómo me mira con cara de asco”; “seguro que si le pregunto por tal me echa al diablo”); el individuo se comporta muy dilemáticamente (se impone opciones contrapuestas a elegir: bueno-malo, lindo-feo, todo-nada, etc.).
La tarea, o entrar en tarea, es cuando ya podemos abordar y elaborar esas ansiedades, esos miedos. Este momento tiene que ver con la posición depresiva básica (M. Klein), en la que el objeto de conocimiento se hace penetrable “por la ruptura de una pauta disociativa y estereotipada, que ha funcionado como un factor de estancamiento en el aprendizaje de la realidad y de deterioro de la red de comunicación” (P. Riviére). En esta etapa lo dilemático se va transformando en problemático, y sabemos que los problemas se pueden resolver.
Luego de superar esta etapa el sujeto, por un lado logra ubicarse, sentirse parte de la sociedad, del grupo, y fijar estrategias y tácticas mediante las cuales intervenir en las situaciones del diario vivir, e ir conformando un proyecto de vida.
En los modelos políticos y económicos como el neoliberal, basados en el ensalzamiento del mercado como bien supremo, donde los momentos de placer son efímeros, pues siempre nos presentan otro objeto a consumir, que nos de otro momento de placer, y así sucesivamente, son generadores de frustraciones, malestar, que llevan muchas veces a la enfermedad mental y la exclusión.
Como ciudadanos cristianos debemos estar atentos a todos estos comportamientos, no para justificarlos o condenarlos, sino para entenderlos, percibir que muchas veces tienen que ver con un largo y complejo proceso, que vemos recién cuando emergen, a veces imprevistamente.+ (PE)
(*) Oscar Oudri, Operador en Psicología Social, es Director Centro Emmanuel.
08/01/14 - PreNot 7111
Agencia de Noticias Prensa Ecuménica
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