24 agosto, 2006

Defensa del ecumenismo desde el CMI

La belleza de la visión ecuménica y el entusiasmo que engendra; el escándalo de la división entre los cristianos; el sueño de iglesias que se dejen renovar para experimentar la unidad de la familia cristiana -éstos son algunos de los temas sobre los que habla Walter Altmann el recientemente elegido moderador del comité central del Consejo Mundial de Iglesias (CMI, expresados en una entrevista producida por la oficina del prensa del CMI).

En la IX Asamblea celebrada en Porto Alegre en febrero pasado, usted fue elegido moderador del comité central, el más alto cargo electivo en el CMI. Muchas iglesias miembros quisieran saber más de usted. ¿Quiere decirnos algo sobre su trayectoria eclesiástica y su vida personal?

Nací en Porto Alegre en 1944. Mis padres eran maestros en una escuela luterana y muy activos en la iglesia. Hice mis primeras experiencias ecuménicas en el movimiento ecuménico estudiantil. Cuando estudiaba teología fui delegado juvenil a la reunión de la Comisión sobre Misión y Evangelización de 1963, en México. En 1968, siendo un joven pastor, y durante lo más duro de la dictadura militar en el Brasil, viajé casi secretamente a Praga para participar como delegado en la Conferencia Cristiana sobre la Paz.

Teológicamente, me inspiro en Karl Barth, Dietrich Bonhoeffer y Martín Lutero. Hice mis estudios de doctorado en Hamburgo, Alemania (1969-72). Trabajé como párroco en el sur del Brasil hasta 1974, cuando fui designado profesor de teología sistemática en la Escuela Luterana de Teología de São Leopoldo. Me interesé particularmente por buscar convergencias entre la teología de la Reforma y la teología de la liberación. En los años setenta, y hasta 1982, fui miembro de la Comisión Bilateral Católico-Luterana en el Brasil. De 1995 a 2001 fui presidente del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI). En 2002 fui elegido presidente de la Iglesia Evangélica de Confesión Luterana en el Brasil (IECLB). Estoy casado y tengo cuatro hijas y dos nietos.

Usted está al frente de una de las mayores iglesias protestantes de América Latina, en un contexto de complejas y dinámicas dimensiones socioeconómicas y ecuménicas. ¿Cómo valora la situación actual de las iglesias y del movimiento ecuménico en la región?

Por una parte, América Latina tiene una rica historia ecuménica. Las iglesias protestantes históricas han cooperado entre sí en el campo de la misión desde la conferencia de misión de Panamá en 1916, aunque a menudo concebían la misión como oposición a la Iglesia Católica. Por otra parte, el diálogo teológico con la Iglesia Católica, por ejemplo por parte de los luteranos del Brasil, se inició en 1957, anticipándose al Segundo Concilio Vaticano. En la década de los setenta, en tiempos de las dictaduras en la región, hubo en general una estrecha cooperación ecuménica en el campo de los derechos humanos, con una significativa contribución del Consejo Mundial de Iglesias.

Hoy día la escena religiosa en América Latina se caracteriza por un creciente pluralismo, dentro del cual se destaca el crecimiento de las iglesias pentecostales (que se concentran en los dones del Espíritu) y neopentecostales (que se concentran en conceptos como guerra espiritual contra los demonios y promesas de prosperidad para los creyentes). Vemos también que aumenta el número de los que se consideran “no religiosos”. Muchas de las nuevas iglesias rechazan el ecumenismo y hacen campaña contra él, en particular si entra en juego la Iglesia Católica. El mayor desafío es encontrar maneras de superar estas divisiones y esta hostilidad. Tengo un sueño, que nuestras iglesias se renueven

La IX Asamblea fue la primera en América Latina. ¿Qué evaluación hace de la experiencia y de los resultados de la Asamblea en la región y en el mundo?

La IX Asamblea ofreció una oportunidad excepcional para la cooperación ecuménica entre iglesias miembros del CMI en Brasil y en el conjunto de América Latina. Los numerosos participantes en la Asamblea, ya sea como delegados, personal administrativo, voluntarios o visitantes, regresaron a sus comunidades inspirados y con un compromiso ecuménico fortalecido.

Creo que la Asamblea combinó de manera muy significativa la comunicación de experiencias ecuménicas (en el Mutirão y en las Conversaciones Ecuménicas), la celebración de la fe (en el culto y en el estudio de la Biblia), y los debates y la toma de decisiones en las sesiones de trabajo. Contribuyó así a una nueva manera de vivir ecuménicamente, que es tan necesaria en nuestro tiempo.

Como moderador del comité central y como teólogo y dirigente de iglesia, ¿cómo definiría usted su visión ecuménica y la finalidad del movimiento ecuménico?

La motivación permanente del movimiento ecuménico ha sido el deseo de alcanzar la plena unidad entre las iglesias, y sobre esa base llegar a ser instrumentos más fieles y eficientes del amor de Dios en el mundo. En el amor de Dios, la oikoumene se extiende mucho más allá de las fronteras de las iglesias y abarca toda la humanidad y todo el universo creado.

Para las iglesias, el movimiento ecuménico se basa en el don de la unidad que tenemos en Cristo por la fe y el bautismo. Con esa base, en nuestro camino ya practicamos y experimentamos la unidad de maneras muy diversas. Rendimos culto al Dios uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo - unidad y comunión perfectas.

Veo natural que para todos nosotros nuestra fe, espiritualidad y acción estén profundamente arraigadas en nuestras respectivas iglesias. Pero siempre he sentido que nuestras divisiones son una flagrante negación de todo lo que creemos, un escándalo que es consecuencia del pecado humano. Por eso tengo un sueño, lucho por que nuestras iglesias se renueven en todo aquello que obstaculiza el camino hacia la unidad de la familia cristiana, siguiendo una forma común de comunión, testimonio y servicio. En el movimiento ecuménico hay un profundo y creciente anhelo de comunión que no puede satisfacerse con una agenda minimalista.

¿Cuáles cree usted que son las prioridades para el CMI en los próximos siete años? ¿Qué espera usted personalmente para este período?

Precisamente ahora estamos en la etapa de fijar prioridades para la vida del Consejo. La Asamblea ha trazado las directrices básicas, y sobre esa base se presentará una nueva estructura de programas en la próxima reunión del comité central.

En este tiempo de recursos reducidos, el gran número de desafíos hace difícil determinar prioridades, sobre todo porque las necesidades varían de una región a otra. Pero tenemos que concentrar los recursos en lo esencial y en lo que únicamente el CMI puede hacer para ayudar a las iglesias.

En la práctica, no obstante, algunas cuestiones ocupan un lugar permanente en la agenda del CMI: la búsqueda de nuevas formas de entendimiento y cooperación entre las iglesias en un contexto religioso cada vez más plural y peligrosamente dividido; la lucha incansable por la paz; la aspiración a la justicia en las relaciones internacionales; la unidad, tanto en materias de doctrina como de ética; la promoción de la inclusión efectiva de todas las personas en la vida de las iglesias; y una comprensión más profunda e integral de la misión.

Los organismos ecuménicos están tropezando con dificultades en los planos mundial y regional. ¿Cuáles cree que son los principales desafíos con que se enfrentan el movimiento ecuménico y el CMI en el actual período?

Paralelamente a la tendencia a la globalización, tenemos también hoy día los fenómenos de fragmentación e individualismo. Aun dentro del cristianismo, hay hoy una mayor diversidad religiosa que cuando nuestros predecesores vieron la necesidad de un movimiento ecuménico. Más aún, fuerzas considerables están empujando hacia fuera de las organizaciones ecuménicas tradicionales a iglesias hasta ahora comprometidas con el ecumenismo.

Así pues, estas tendencias, y la diversidad misma de nuestro mundo cada vez más globalizado y al mismo tiempo cargado de conflictos, no pueden sino hacer más urgente y necesario el ecumenismo. El mayor desafío, no obstante, consiste en mantener viva en nuestras iglesias la pasión por el ecumenismo, y en encontrar formas creativas de renovación en nuestro caminar ecuménico común.

¿Qué mensaje desea transmitir a las iglesias miembros del CMI en el momento en que comienza usted su mandato?

La visión ecuménica es de una gran belleza e inmenso atractivo. Combina la legítima diversidad y la apuesta por la unidad. Es así, en sí misma, un testimonio poderoso en nuestro mundo globalizado, que excluye a las personas de tantas maneras. Hay multitudes de hambrientos, tanto física como espiritualmente. Nuestro deber es ofrecerles un testimonio creíble de la esperanza que está en nosotros (1 Pedro 3:15), una esperanza que nos viene de Cristo. Estamos llamados a no desanimarnos y a perseverar. El movimiento ecuménico atraviesa un tiempo de cambio, pero es perpetuamente válido, porque su inspiración es el Dios uno y trino.+ (PE)

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